26 mar 2019

Aprender a mirar


En una de las últimas obras que escribió Nietzsche, El ocaso de los ídolos, disertaba el filósofo sobre la necesidad de crear un espacio para la duda y la crítica, poniendo en jaque los planteamientos dogmáticos de otros pensadores, así como algunas ideologías y sistemas políticos que habían nacido en los últimos tiempos. Nietzsche nos incitaba a sujetarnos al desafío personal de aprender a ver, a pensar y a hablar y escribir, con el objetivo de alcanzar una cultura distinguida (vornehme) en la que nuestros ojos examinen el mundo con una mirada más profunda y pausada.

Como buena parte de los temas que intento sintetizar en este espacio, la presente reflexión procede de otro chisporroteo aparentemente insignificante que se origina en una situación puntual de mi día a día. Concretamente, la compañera de trabajo que se sitúa justo a la derecha de mi mesa, declara rebosante de convicción que adora las funciones de atención al público y que, como funcionaria, se siente orgullosa de poderle brindar ese servicio al ciudadano que le paga el sueldo con sus impuestos. Yo, que encabezo la primera mesa de una oficina que cada vez recibe más gente, asimilo el comentario con una sorpresa ostensible, puesto que mi compañera, a pesar de ocupar el mismo puesto que yo, con idénticas competencias, se resguarda del ojo inquisidor de nuestros visitantes tras una preciosa mampara de cristal esmerilado y, en la práctica, soy yo quien despacha el 90% de las audiencias.

¿Fue el rimbombante comentario de mi compañera una muestra ejemplar de caradurismo desvergonzado? Estoy casi seguro de que no. Dentro de la visión exageradamente sesgada que tiene esta señora de ella misma, lo más probable es que se vea en la piel de una persona capacitada para el ejercicio de estas funciones, dominando las técnicas específicas para este tipo de trato y con las habilidades necesarias para afrontarlo. Pero la realidad es que su trayectoria curricular dentro de la Administración dejan sobre la mesa múltiples traslados de departamento por confrontaciones de diversa naturaleza, historiales de escasa empatía en las relaciones con el público, varios expedientes disciplinarios y un rastro desordenado de hojas de reclamaciones apergaminadas y sucias. No sólo es una persona que se desconoce a sí misma, sino que suspende de manera estrepitosa los dos primeros puntos del desafío analítico de Nietzsche: aprender a ver y a pensar.

Pero este defecto no es una particularidad exclusiva de esta señora. Todos tenemos algún tipo de sesgo que nubla nuestra forma de percibir las cosas, y es precisamente este punto el que utilizaremos hoy como barra fija para hacer un poco de gimnasia introspectiva. Escribía Sartre en “La náusea” que “los que viven en sociedad han aprendido a verse en los espejos tal como los ven sus amigos”. En la mayor parte de los casos, es la propia perspectiva la voz que permite un juicio. En mi caso, obtengo contradicciones escandalosas según el escenario al que me suba. Mientras en determinados círculos se me tachaba de tener comportamientos antisociales, en otros se sorprenden por la facilidad con la que entablo mis relaciones. Probablemente el vornehme exacto nazca de la aleación de una suma de reputaciones, porque conozco los ingredientes para hacer que las conexiones personales sean favorables, pero en muchos casos elijo aplicarlos solamente en determinados contextos.

Y es que existe una contaminación bilateral entre el mundo exterior y nuestra propia psicología. Los espejos devuelven la imagen que nosotros creemos según la etiqueta que obtengamos de nuestro entorno, y a su vez, la realidad se somete a nuestras intervenciones de acuerdo al personaje que hayamos forjado. En este carril de doble sentido entre las condiciones materiales de nuestra existencia y la forma de actuar según nuestras ideas, es donde más tendemos a producir deformaciones del mundo real y, por esta razón, es el lugar en el que debemos ser más cautos. Inconscientemente, nos subordinamos a las demandas de la sociedad mientras nos autoconvencemos en creer que ahí fuera existe un mundo creado para nosotros, en el que encontraremos nuestro sitio si cumplimos con los requisitos que nos imponga. Por eso, la pedagogía de saber mirar no es sólo importante para trazar el mapa de las complejas galerías de nuestro espíritu, sino también es un utensilio fundamental para poder manejarnos con solvencia en una época caracterizada por la epidemia de las llamadas noticias falsas, los vertederos digitales y el exceso de información.

Cualquier periódico de hoy en día incluye artículos de la siguiente índole: 45 errores al reciclar, 30 errores comunes al aparcar el coche, 27 errores comunes al maquillarse las cejas, cómo usar correctamente el hilo dental, cómo usar el abrelatas, cuál es la forma correcta de comer una piña, cómo gustar a X, cómo hacer Y, cómo actuar con Z. Tal persona se mantiene activa a sus 95 años, no sé quién hace 50 kilómetros todos los días para ir a la escuela, los jóvenes ya no quieren casas ni coches en propiedad, Marie Kondo nos recomienda tener como máximo 30 libros en casa y un artículo en una conocida revista cultural nos catequiza sobre los beneficios de salir de nuestra zona de confort. Todas estas instrucciones y consejos desgañitados hasta la afonía en pleno ocaso del orden liberal, el valeroso garante de nuestras iniciativas individuales y escolta de los principios del libre albedrío, la libertad de la información y la libertad de expresión.

Paradójicamente, y pese a la machaconería liberal porque escuchemos a nuestro yo interior y encontremos nuestro camino en medio de este gigantesco océano de libertades, el mundo sigue tendiendo a patologizar lo diferente y a amonestar a todo aquel que no sepa asimilar los imperativos dictados. Aprender a mirar y conocerse puede ser doloroso para aquellos que no soportan evadirse del calor del rebaño. Yuval Noah Harari, en un capítulo de su libro “Sapiens”, sacaba una conclusión deprimente sobre las expectativas de felicidad en nuestra sociedad. Exponía que la felicidad probablemente consista en una simple sincronización de las ilusiones personales con las ilusiones colectivas dominantes, de modo que alcanzamos nuestro bienestar subjetivo cuando nuestras expectativas se acompasan a los ideales de los demás. De esta manera, se crea una auténtica industria publicitaria en torno al significado de felicidad, tan manipulable como perversos sean los intereses de quienes la administren. No es raro por tanto, que sean las élites de poder quienes nos seduzcan hacia la forma de patentarla: en un mundo de condiciones cada vez más volátiles, colmado de empleos inestables, relaciones frágiles y un sinfín de arenas movedizas, los medios de comunicación, siempre en manos de los poderosos, dulcifican estas negatividades con filosofías de bajo costo, advirtiéndonos de lo nocivo de la estabilidad y la permanencia de un mismo estado para hostigarnos con la consigna de “salir de la zona de confort”. Precisamente, esta liquidez frenética en nuestras condiciones materiales, es lo que hace que hoy en día, no haya reto más satisfactorio y complejo que anclar al pavimento nuestro tembloroso castillo de naipes.

Por esta razón y otras tantas, es normal que una japonesa procedente de una cultura donde es habitual vivir en apartamentos de 25 metros cuadrados, nos bombardee con la utilidad de tener un hogar pulcro y ordenado, que sea la cultura empresarial la que promueva la obsesión por el trabajo y la figura cool del workaholic atado al portátil y a los vasos desechables del café para llevar, que la causa de nuestro fracaso en la sociedad del eslogan del “nada es imposible” siempre seamos nosotros mismos, por no haber puesto toda la carne en el asador al igual que ese chico etíope que recorre todos los días 50 kilómetros para ir a la escuela. Necesitamos por tanto, algún tipo de disciplina educativa para aprender a interpretar esta superabundancia de datos e impulsos, separar la información correcta y volver a alzarnos como fuente de autoridad de nuestras propias vidas. Aprender a ver, a pensar y a hablar y escribir es adiestrar nuestros ojos para una contemplación profunda de las cosas y evitar distorsiones en ese carril de doble sentido entre la realidad y nuestras concepciones internas.

Hemos dejado de poner filtros a los juicios de las personas de nuestro entorno y a los diluvios de información. Vagamos a tientas por una espesura de intuiciones borrosas y, en lugar de que este maremágnum incesante nos amplíe perspectivas, nos ha condenado a una estrecha visión en túnel de la articulación de las cosas, con un sentido cada vez menos crítico de nosotros mismos. En los foros digitales se han potenciado los fanatismos y la endogamia, porque todo el mundo se tapa los oídos cuando alguien empieza a verbalizar lo que no quiere oír y tiene un botón para silenciar el fastidio de lo antagónico. La pertenencia a identidades distintivas, más que crear cohesión, se atomiza en centenares de subgrupos en un absoluto caos. Consumimos un contenido descomunal compuesto de imágenes vacías de contexto en la era de la inmediatez y del rendimiento económico a cualquier precio (¿cuántas veces te preguntaron si lo que querías estudiar tenía salidas en lugar de si te gustaba?). Necesitamos con urgencia aferrarnos al desafío personal de las tareas de Nietzsche, para circular sin peligro de estrellarnos por esta anárquica autopista de doble sentido. Necesitamos, hoy más que nunca, la facultad de la atención profunda en lo que somos y lo que vemos.

Esta entrada es quizá, una de las menos personales que he escrito, pero creo que por primera vez hago un intento persuasivo por inducir vivamente al lector a que tome una determinada actitud. Si has llegado a este blog, probablemente nos una algún tipo de conexión lo bastante personal como para considerarte un amigo, bien porque nuestra confianza cristalizó en que te cediera su dirección, o bien porque lo encontraste por casualidad y, al leer algunos párrafos, te identificaste de alguna manera con lo que se escribía aquí. Por eso, el propósito final que me gustaría que aguijoneara tu pensamiento al terminar de leer este texto, es que mantengas una alerta constante con toda amalgama de información que recibas, ya no sólo la que provenga de los medios de comunicación o la propaganda neoliberal, sino que cuestiones hasta los juicios de valor que tu propio círculo ejerza sobre ti, las etiquetas que te impongan y en qué grado algunas influencias han condicionado la gestación de tus defectos. Que sepas que incluso tu manera de verte en el espejo está subordinada por los testimonios de un todo. Que aceptes el reto de aprender a ver, a pensar y a hablar y escribir, con el objetivo de alcanzar esa óptica distinguida.

Querido amigo, si decides subirte a este barco, me gustaría que te desprendieras de cualquier miedo a abandonar el calor del rebaño y tuvieses la disposición perpetua de cuestionármelo todo. No dejemos que nos invadan los decálogos de la psicología popular, demos oportunidad a lo contrapuesto para no caer en el narcisismo de engordarnos exclusivamente de lo propio y creemos ese espacio crítico para la duda. Me gustaría alcanzar la excelencia de esa mirada serena para las cosas, pero si vamos a atravesar juntos esa autopista de doble sentido, también quisiera que mis acompañantes desarrollasen esa destreza. No sólo por la tranquilidad de tener a alguien al lado con un discernimiento diáfano que pueda tomar los mandos cuando necesite descansar, sino porque nada me llena más de orgullo que poder contar simultáneamente con los que se dejan enseñar y con los que no paro de aprender.

El Ojo de Horus, uno de los símbolos místicos más famosos de la mitología egipcia, también conocido como Udyat, que significa "el que está completo". Además de atribuírsele numerosas cualidades mágicas, el Ojo de Horus simboliza el equilibrio, lo imperturbado y el estado perfecto de las cosas. Todas las noches, Horus luchaba contra Apofis (a la derecha), una serpiente inmortal que habitaba en las aguas del Nilo y cuyo objetivo era destruir el orden cósmico. ¿Fue el Ojo de Horus el primer paradigma de la mirada contemplativa hacia nuestro mundo?



2 comentarios:

  1. Es magnífica esta entrada. Quizá estás palabras nos hagan ver y pensar para conocernos mejor, saber dónde queremos llegar y no convertirnos en la compañera de la mampara. De las mejores entradas del blog. Mi felicitación

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  2. increible blog, sus hermosas palabras nos dejan mudos.

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