El pollaboba de Armiche no llevaría ni diez minutos durmiendo cuando un nuevo y disparatado acontecimiento tuvo lugar en su apestosa habitación. De repente, un agradable olor a vainilla y especias orientales inundó el recinto, al mismo tiempo que una silueta se materializaba lentamente junto a la mesilla de noche de Armiche, que abrió un ojo y gimoteó:
- Pero quién cojones es ahora...
Una figura que mediría en torno al metro y medio de estatura se personificó por fin a su lado. Era una mujer de rasgos exóticos, con ojos rasgados y cara afable.
- Buenas noches Armiche, soy Artamy, la vendedora de material escolar en tu facultad.
Armiche pudo confirmar que aquella extraña señora provenía de algún lugar muy lejano, pues tenía un peculiar acento y no pronunciaba la ‘RR’, como los niños pequeños. Quizá viniera de Nibelheim, de Burmecia o de algún otro lugar de locos. Esta vez, Armiche se guardó su habitual malhumor porque aquel ser, viniese de donde viniese, emanaba una bondad y una delicadeza tan grandes que para dedicarle una mala palabra tenías que ser un jodido desalmado hijo de puta.
- Cierto. - recordó Armiche - Yo te he comprado paquetes de pañuelos y una gran cantidad de bolígrafos biodegradables, ¿qué le trae por mis aposentos, amable señora? - preguntó con educación.
- Estoy aquí para entregarte un mensaje. - dijo Artamy, y a continuación miró al famélico gato de Armiche, que bufaba desde una esquina de la habitación con el pelo erizado - ¿Qué es esa cosa?
- Es mi gato, Fiodor.
- Ah… - dijo Artamy con una visible mueca de asco - Bueno, nos vamos, que hay mucho que ver.
Antes de que Armiche y su gato pudieran hacer cualquier movimiento, se vieron sorprendidos por unas vistosas luces doradas que los levantó del suelo y los sacó rápidamente por la ventana de la habitación. Dirigidos por algún tipo de fuerza sobrenatural, estuvieron sobrevolando el cielo de Añaza durante cerca de tres cuartos de hora hasta caer en una especie de acantilado cerca del mar. Primero aterrizó Artamy, dejando tras de sí un halo de luces acompañado por el embriagador aroma a vainilla y especias tan característico de esta entrañable mujer. A continuación aterrizó Armiche, un poco brusco porque todavía no era muy bueno en esto de levitar. Fiodor se quedó flotando a la intemperie debido a que Artamy olvidó suprimirle el hechizo de levitación, así que el gato acabó estampándose en el mar, que en aquel momento estaba infestado de medusas.
- Esto me suena mucho…dijo Armiche mirando a su alrededor.
- Estamos en el pueblo de Cho Vito, en la actualidad - le informó Artamy.
- ¡Ah coño, mi novia vive por aquí! - exclamó Armiche.
- A eso vamos, mira allí.
Artamy señaló con el dedo hacia una pequeña hoguera que había cerca del agua, alrededor de la cual estaban hablando una chica y un chico. La chica tenía unas rastas tan inmensas que parecía que llevaba una palmera en la cabeza, y el chico portaba una rata blanca sobre el hombro a modo de mascota. Mientras conversaban, se iban pasando una litrona mutuamente. Eran dos hippientos como dos catedrales, vamos.
- Ostia, ese es El Sardina, ¿qué hace hablando con mi novia el flipado ese? - se alarmó Armiche.
Artamy y Armiche se aproximaron para intentar fisgar en la conversación. La primera reacción de Armiche fue sacudirle un piñazo a El Sardina, pero su brazo atravesó espectralmente la cabeza del pobre chaval sin hacerle daño alguno.
- No olvides que ahora mismo estamos en una dimensión paralela del presente y no puedes interactuar con el entorno, así que ahorra esa energía. - dijo Artamy, que hablaba poco y no pronunciaba las ‘RR’ pero todo lo que decía eran verdades como puños.
Así que prestaron atención al diálogo entre El Sardina y la novia de Armiche, que por cierto, se llamaba Acoraida y pesaba en torno a los 135 kilos. Además, parecía estar especialmente afligida.
- …es que Armiche es más hippiento que las chancletas de John Lennon. - sollozaba ella.
- Ya mujer, pero el concepto de la Navidad no es compatible con sus ideas revolucionarias.
- Sí, pero no puedo entender que ni se moleste en comprarme algo por estas fechas. El novio de Chaxiraxi le ha comprado unos zarcillos de Swarovski que ríete. Y a Guayarmina le van a regalar el perfume ese del anuncio que sale la piba de Amélie, que eso es un peliculón.
- Bueno. Yo también soy un hippiento pero no descartes que tenga un detalle contigo estas navidades jejeje.
Armiche estaba muerto de celos, así que intentó coger un par de pedruscos de la playa de Cho Vito para lanzárselos a El Sardina en la cabeza, pero las rocas no se levantaron ni un centímetro del suelo.
El ruin de Fiodor, que por fin había logrado salir del agua aunque las picaduras de las medusas le habían teñido el pelaje de un extraño color magenta, planeaba ahora cazar a la rata blanca que llevaba El Sardina sobre el hombro, pero cuando se abalanzó sobre el roedor con las garras abiertas, lo atravesó y cayó directamente en la hoguera chamuscándose los bigotes y gran parte de la cara. La rata permaneció imperturbable sobre el hombro de El Sardina y comiéndose un cacahuete.
- Venga, alegra esa cara, Acoraida - dijo El Sardina - Esta noche te acompaño a casa, mañana a lo mejor no porque igual la derriban jajajaja.
Y El Sardina ayudó a levantar como pudo a la obesa novia de Armiche, que a esas horas de la noche podría confundirse perfectamente con un cetáceo de grandes dimensiones varado en la orilla. Apagaron la hoguera con un cubo de agua que tenían por allí y se largaron cogidos de la mano. Armiche estaba hecho polvo ante la escena que acababa de presenciar. Por otra parte, Artamy no decía ni una palabra, se limitaba a dejar que los hechos hablaran por sí solos para que Armiche reflexionase por sí mismo.
- Creo que ya he tenido suficiente. - dijo.
- De eso nada. Aún tienes cosas que ver - sentenció Artamy, y a continuación volvieron a envolverse por aquellas preciosas luces doradas para salir volando de nuevo hacia otro destino incierto.
Estuvieron sobrevolando el cielo otro buen rato hasta detenerse sobre una impresionante calle repleta de adornos navideños y con una rotonda donde había unas figuras de los tres Reyes Magos hechos con lucecillas de colores (bien le gustan las luces al narrador). Escucharon una gran algarabía procedente de un aparcamiento cercano, donde un grupo de jóvenes charlaba animadamente mientras bebían ron en unos vasitos de plástico.
Armiche y Artamy se aproximaron de nuevo con la intención de espiar la conversación. La despistada señora volvió a olvidarse de suprimir el hechizo de levitación a Fiodor, así que el gato acabó colisionando contra un zarzal.
A continuación prestaron atención al diálogo de los muchachos:
- …chiquito tarado el Armiche este, ¿te acuerdas cuando en los recreos se quedaba en un banco leyendo “La paz perpetua” de Kant y ya por eso se creía el más culto de todos? - dijo uno.
Todos se descojonaron.
- Oye, ¿y se acuerdan aquella vez que apareció con una mochila Nike con el logotipo tachado con Pilot creyendo que estaba luchando contra la mano de obra barata en el mundo? - dijo otro.
Todos partidísimos allí.
- Siempre tendré en la memoria el primer día que apareció por clase con las rastas en la cabeza. Chiquita burrada. Y nos soltó un sermón infumable sobre los valores del movimiento rastafari y el reggae.
- El pobre subnormal ignoraba que el reggae no tiene una mierda que ver con los rastafaris, pero a ver quien era el guapo que discutía algo con el cabezudo ese.
- El tipo tenía la personalidad de un bivalvo.
- ¡Hippiento!
- QUE SE CORTE LOS GRELOS YA MUCHACHO, QUE SE PUEDEN PLANTAR CALABACINES EN LA MACETA ESA.
Risas de nuevo.
Artamy miró a Armiche y le preguntó:
- ¿Los conoces, verdad?
- Eran mis antiguos compañeros de instituto - dijo Armiche avergonzado - Ya he tenido suficiente. Supongo que soy un mascachapas sin personalidad obsesionado con la idea de diferenciarme de los demás a cualquier precio.
Artamy asintió, pero no dijo nada. La señora prefería que la dura realidad rompiera los dientes de Armiche a zambombazos antes que decir cualquier palabra que pudiera contaminar de algún modo la crudeza de los hechos.
Fue entonces cuando Artamy decidió que Armiche ya había tenido bastante y se volvieron a envolver en las ya famosas luces de colores para poner regreso a la lúgubre habitación del hippiento muchacho. Fiodor, que había perdido parte de su pelaje, tenía los bigotes carbonizados y un ramillete de zarzas enredado en la cola, estaba hasta los cojones de esto de la levitación, así que arañó el pavimento en vano para intentar zafarse pero su cuerpecillo no tardó ni un segundo en levantarse del suelo y volver a flotar como un jodido condenado.
Al cabo de un rato, Armiche ya estaba de nuevo acostado en su cama, sonriendo porque ya había entendido la lección que la Navidad quería darle y se mostraba confiado de no tener que soportar nuevos disparates en su propia carne. Por cierto, Fiodor aterrizó esta vez en un poste de alta tensión.
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