Hola de nuevo, queridos amantes de la Navidad. Como ustedes ya sabrán, los niños son unos de los protagonistas más importantes en estas fechas. Los Reyes Magos, Papá Noel y todas esas hermosas historias van destinadas a conmover los corazoncitos de los más pequeños de la casa. Por esta razón, en esta entrada me gustaría hablar un poco sobre una serie de situaciones personales que están muy relacionadas con mi infancia y con la Navidad per se.
Los niños tienen una particular ilusión por la Navidad que se va diluyendo con los años conforme van perdiendo la imaginación y pasan de querer medio catálogo del Toys R Us, a pedir por Reyes una autorización paterna para poder hacerse un piercing en la úvula. Los niños son geniales, porque piden cantidades ingentes de regalos con precios prohibitivos ignorando por completo que serán sus propios padres los que tengan que hacer el desembolso (espero que ningún niño lea esto).
En mi caso, dejé de creer en los Reyes a una edad tardía. La única razón de esto es que yo era más tozudo que ‘El Cabezón’ de Art Attack, y mientras mis compañeros de clase me insistían en que los Reyes eran los padres, yo replicaba que eso era imposible porque a mí me traían regalos en cuyo reverso se podía leer claramente “made in Taiwan”, y eso quedaba a tomar por culo de España así que, siguiendo esta aplastante lógica, de ninguna manera mis padres iban a poder comprar los regalos en lugares tan remotos del planeta puesto que no podían permitírselo. Tuve que aceptar la dura realidad cuando un día le formulé la pregunta a mi madre, que me respondió con su tacto habitual.
- Mamá, ¿los Reyes son los padres?
- Sí
Pero hubo otros momentos particularmente difíciles de afrontar en este asunto de los regalos. En ocasiones recibía paquetes ostentosamente envueltos que sugerían que tras ese papel de colores vistosos se escondían juguetes, películas o videojuegos que eran la puñetera leche en vinagre. En esos momentos, la apertura del regalo se convertía en un ritual: primero palpaba el obsequio y trataba de imaginar qué podía ser. Por el tacto y las hechuras del regalo intentaba asociarlo con algo de lo que había pedido en mi carta de Reyes. Luego, con sumo cuidado, empezaba a abrirlo por un ladito. En ocasiones olfateaba, porque un videojuego huele diferente a unos Micro Machines. A continuación rompía definitivamente el papel y me encontraba con que ese ilusionante regalo sólo era una jodida caja de calcetines. Ahí era cuando se me caía el alma al suelo, mi madre formulaba la pregunta y yo respondía con mi tacto habitual.
- ¿Te gustan?
- No
Y es que siempre me pareció que regalar ropa a un niño en Navidad es una de las cosas más perversas que se pueden hacer. A veces ni se molestaban en meterla dentro de una caja, simplemente con tocar el regalo ya sabías que era un suéter. ¿Qué iba a decir en clase cuando el profesor nos preguntara uno por uno qué nos habían dejado los Reyes Magos? Porque para mí la ropa no contaba como regalo, daba igual lo bonita que fuese porque con eso no podías jugar, sólo vestirte. De modo que odiaba que me regalasen ropa en Navidad, aunque sería injusto cerrar esta entrada sin mencionar que mis padres me dejaban prácticamente todo lo que pedía, salvo aquel año que me cabreé y estampé la estantería del cuarto contra el suelo rompiéndolo todo, así que me castigaron regalándome diccionarios: diccionario de sinónimos y antónimos, diccionarios de inglés, diccionario de francés, diccionario de esto y lo otro.
La elección de obsequiarme con diccionarios no era para nada casual. Envueltos en papel de regalo tenían las hechuras de un videojuego, de modo que me ilusionaba al cogerlos y cuando al fin los abría me encontraba con el ‘Diccionario Básico de Lengua Española’. ¿Se acuerdan de cuando Tassotti le partió el tabique nasal a Luis Enrique en el mundial del 94? Pues con cada regalo que abría sentía eso, un serruchazo en la napia. Hay que decir que en mi familia tenemos una virtud ancestral que jamás nos podrán arrebatar: somos increíblemente originales a la hora de joder al prójimo.
En resumidas cuentas, he escrito todo esto porque la Navidad también me pone un poco nostálgico y me apetecía compartir con ustedes algunas de las experiencias navideñas de mi niñez.
No quiero alargarme más, así que Feliz Navidad a todos, les quiero mucho, pero ni se les ocurra regalar ropa a los chiquillos. Y mucho menos diccionarios, por el amor de Dios.
PD: Ya no me regalan casi nada. Crecer es una mierda, se los digo yo.
Los niños tienen una particular ilusión por la Navidad que se va diluyendo con los años conforme van perdiendo la imaginación y pasan de querer medio catálogo del Toys R Us, a pedir por Reyes una autorización paterna para poder hacerse un piercing en la úvula. Los niños son geniales, porque piden cantidades ingentes de regalos con precios prohibitivos ignorando por completo que serán sus propios padres los que tengan que hacer el desembolso (espero que ningún niño lea esto).
En mi caso, dejé de creer en los Reyes a una edad tardía. La única razón de esto es que yo era más tozudo que ‘El Cabezón’ de Art Attack, y mientras mis compañeros de clase me insistían en que los Reyes eran los padres, yo replicaba que eso era imposible porque a mí me traían regalos en cuyo reverso se podía leer claramente “made in Taiwan”, y eso quedaba a tomar por culo de España así que, siguiendo esta aplastante lógica, de ninguna manera mis padres iban a poder comprar los regalos en lugares tan remotos del planeta puesto que no podían permitírselo. Tuve que aceptar la dura realidad cuando un día le formulé la pregunta a mi madre, que me respondió con su tacto habitual.
- Mamá, ¿los Reyes son los padres?
- Sí
Pero hubo otros momentos particularmente difíciles de afrontar en este asunto de los regalos. En ocasiones recibía paquetes ostentosamente envueltos que sugerían que tras ese papel de colores vistosos se escondían juguetes, películas o videojuegos que eran la puñetera leche en vinagre. En esos momentos, la apertura del regalo se convertía en un ritual: primero palpaba el obsequio y trataba de imaginar qué podía ser. Por el tacto y las hechuras del regalo intentaba asociarlo con algo de lo que había pedido en mi carta de Reyes. Luego, con sumo cuidado, empezaba a abrirlo por un ladito. En ocasiones olfateaba, porque un videojuego huele diferente a unos Micro Machines. A continuación rompía definitivamente el papel y me encontraba con que ese ilusionante regalo sólo era una jodida caja de calcetines. Ahí era cuando se me caía el alma al suelo, mi madre formulaba la pregunta y yo respondía con mi tacto habitual.
- ¿Te gustan?
- No
Y es que siempre me pareció que regalar ropa a un niño en Navidad es una de las cosas más perversas que se pueden hacer. A veces ni se molestaban en meterla dentro de una caja, simplemente con tocar el regalo ya sabías que era un suéter. ¿Qué iba a decir en clase cuando el profesor nos preguntara uno por uno qué nos habían dejado los Reyes Magos? Porque para mí la ropa no contaba como regalo, daba igual lo bonita que fuese porque con eso no podías jugar, sólo vestirte. De modo que odiaba que me regalasen ropa en Navidad, aunque sería injusto cerrar esta entrada sin mencionar que mis padres me dejaban prácticamente todo lo que pedía, salvo aquel año que me cabreé y estampé la estantería del cuarto contra el suelo rompiéndolo todo, así que me castigaron regalándome diccionarios: diccionario de sinónimos y antónimos, diccionarios de inglés, diccionario de francés, diccionario de esto y lo otro.
La elección de obsequiarme con diccionarios no era para nada casual. Envueltos en papel de regalo tenían las hechuras de un videojuego, de modo que me ilusionaba al cogerlos y cuando al fin los abría me encontraba con el ‘Diccionario Básico de Lengua Española’. ¿Se acuerdan de cuando Tassotti le partió el tabique nasal a Luis Enrique en el mundial del 94? Pues con cada regalo que abría sentía eso, un serruchazo en la napia. Hay que decir que en mi familia tenemos una virtud ancestral que jamás nos podrán arrebatar: somos increíblemente originales a la hora de joder al prójimo.
En resumidas cuentas, he escrito todo esto porque la Navidad también me pone un poco nostálgico y me apetecía compartir con ustedes algunas de las experiencias navideñas de mi niñez.
No quiero alargarme más, así que Feliz Navidad a todos, les quiero mucho, pero ni se les ocurra regalar ropa a los chiquillos. Y mucho menos diccionarios, por el amor de Dios.
PD: Ya no me regalan casi nada. Crecer es una mierda, se los digo yo.
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