9 jul 2017

Mi viaje a Japón (II): Osaka

Me pongo en pie antes de que suene la alarma porque soy incapaz de dormir más y me voy a la ducha de nuevo para hacer algo de tiempo antes de que sirvan el desayuno a las 07:00. Consulto la previsión meteorológica, me visto y estoy de nuevo en el comedor del hotel, que parece incluso más bonito durante el día porque tiene unas enormes cristaleras de suelo a techo por donde entra la luz natural y afuera hace un día espléndido. Una camarera me conduce hasta mi mesa y toma nota de mi cappuccino. Contra pronóstico, no me atiborro de dulces en el buffet y hasta decido probar un plátano para comparar el sabor con los de nuestra famosa marca canaria. Como curiosidad, decir que aunque no tuviese las características pintas negras, no me resultó tan diferente al paladar. No es un hecho tan extraño puesto que las primeras plataneras que se llevaron a Canarias procedían del sudeste asiático.

Antes de salir, pregunto un par de cosas a una recepcionista coreana, entre ellas si el barrio de Shinsekai, uno de los puntos de mi sightseeing de hoy, es tan peligroso como he leído en algunas reseñas de internet. Según ella, Shinsekai no tiene nada de peligroso, por lo que alguien se está tirando el pisto y estoy casi seguro de que los mentirosos van a ser los cibernautas. 

Un pequeño inciso: espero que intuyan que cuando hablo o me comunico con los nativos estoy hablando en inglés, no tengo ni idea de japonés salvo cuatro palabras elementales para dar las gracias o las buenas tardes, aunque les diré que al tiempo de escribir estas líneas he ampliado mi repertorio semántico. Seguramente han oído que el nivel de inglés de los japoneses es bastante flojo. Pues bien, en los hoteles lo hablan todos los empleados de recepción de manera más que aceptable, la gente joven se defiende como puede y las personas mayores no lo hablan en absoluto. Pese a estas limitaciones, los japoneses en todo momento tienen voluntad de ayudar, algunos me acompañaron hasta la parada del tren, otros sacaban sus teléfonos para consultarme en sus apps qué línea de metro era la adecuada y otros se explicaban en japonés casi al mismo tiempo que se disculpaban solemnemente por no saber inglés. Nunca vi tanta predisposición por ayudar al turista y hacerlo sentir cómodo en su viaje, en ningún sitio.

Empiezo un precioso paseo por las calles de Osaka. Estoy en un distrito bastante alejado del centro, pero empiezo a maravillarme con la impecable limpieza de las calles. Los que somos un poco quisquillosos con la higiene aquí estamos en un paraíso: en Japón la limpieza es un hábito intrínsecamente alojado en la propia cultura que forma parte de la educación escolar y es una responsabilidad comunitaria, porque tiene un sentido metafísico al considerarse que la limpieza de tus alrededores va ligada a la de tu alma. Japón me conquistó por su belleza, la amabilidad de su gente, la seguridad en sus calles, su comida, su historia, etc, pero para una persona como yo, que incluso acaricia el trastorno obsesivo-compulsivo con el tema de la higiene, fue glorioso utilizar el transporte público sin que nadie apestara a cuarto de papas y gozar de una pulcritud insuperable en casi cualquier superficie que pisé. En algunos puestos de comida callejera incluso cuentan con botes de desinfectante para que esterilices tus manos antes de tocar lo que vayas a comer. Es tal el compromiso personal del japonés con la limpieza que ni siquiera hay papeleras en las calles, si tienen que deshacerse de algún residuo lo meten en una bolsa y se lo llevan a casa, donde suelen tener una especie de almacén exterior en el que acumulan la basura hasta su recogida, la cual debe ser separada previamente según sean revistas y periódicos (que deben ir correctamente doblados y atados con cordeles) basura quemable (madera, papel y cartón, aunque no revistas ni periódicos), basura no quemable (aluminio, plásticos, vidrio...) y, por último, latas y botellas de plástico. Cada día de la semana pasa un camión de la basura diferente para cada tipo de residuo y se lleva directamente a la planta de reciclaje que corresponda. Disculpen si hablo tan entusiasmado sobre el tratamiento de la basura en Japón, pero es que vengo de un país donde se lanza la mierda en la calle y la gente en invierno pasa de ducharse todos los días porque “como no hace frío no sudo”. 



Ya continuando con la travesía, en la estación de Cosmosquare cojo mi primer tren del metro de Japón, aunque más bien se trata de ferrocarriles que también circulan por secciones por encima del nivel del suelo. Más adelanté explicaré cómo funciona el sistema de trenes en Japón, ya adelanto que es una jodida maravilla. En un principio era la variable de mi viaje que más me preocupaba por si me perdía debido a la complejidad, magnitud y variedad de líneas que operan en la red de transporte ferroviario japonés, pero lo cierto es que en ningún momento ocurrió este incidente, cosa que no puedo decir cuando utilizo la mierda de Metro de Madrid o Barcelona. 

Total, que tras unos veinte minutos de trayecto me bajo en la estación de Morinomiya para visitar el primero de los puntos turísticos marcados en mi programa: el castillo de Osaka, una construcción del siglo XVI levantada por Toyotomi Hideyoshi, uno de los señores feudales más influyentes de la historia japonesa que pretendía convertir este castillo en la referencia de un Japón unificado. Comentar que los coreanos no le tienen demasiada estima a este señor, pues fue quien impulsó la primera de las invasiones japonesas a la península de Corea con la ambición de conquistar China. Quemado y reconstruido en numerosas ocasiones, el castillo de Osaka se encuentra situado en mitad de un gigantesco parque de 6 hectáreas rodeado por murallas de piedra y más de 600 cerezos. No pude verlos en flor, puesto que florecen a comienzos de la primavera, pero si echan un vistazo a las fotos no les será difícil imaginar lo espectacular que puede resultar el entorno del castillo de Osaka durante el hanami. Añadir que el interior del castillo es bastante moderno, con un ascensor y ocho pisos acondicionados a modo de museo que narran la vida de Toyotomi Hideyoshi como temática principal, así como la exposición de maquetas en miniatura, piezas antiguas y diversos objetos militares. En el último piso hay una tienda de souvenirs y se puede disfrutar de una magnífica panorámica de la ciudad de Osaka como podrán observar en las fotos que adjunto.
El castillo de Osaka, símbolo del régimen de Toyotomi Hideyoshi, que consiguió convertir Japón en un estado unificado

 Una de las cosas que más me gustan de Japón es la naturalidad con la que puede ser tomado lo insólito

Panorámica de Osaka desde lo alto del castillo

Saliendo del castillo, me compré un helado de té matcha que fui comiendo mientras paseaba por los preciosos jardines y vi que un japonés intentaba hacerse una foto con su móvil con el castillo de fondo. Le pregunté si quería que le sacara una foto, empezamos a hablar y la conversación degeneró en el tema del fútbol. Como ya les he comentado, los japoneses no es que dominen el inglés y no sé en qué momento entendió que yo era un futbolista profesional, motivo por el cual se hizo un selfie junto a mi cara como si yo fuese el puñetero Cristiano Ronaldo. Justo cuando iba a desmentir el embrollo, pensé que sería divertido que mi jeta rulase descontroladamente por las redes sociales japonesas como un futbolista de élite, así que dejé que la historia siguiera su curso y me despedí sonriente del muchacho colocándome de nuevo mis gafas de sol para evitar ser importunado por mis innumerables fans. 

Tras esta descojonante anécdota, la siguiente parada de mi viaje es el barrio de Shinsekai, que ya mencioné más arriba. Se trata de un barrio muy pintoresco construido en 1912 cuya parte sur está inspirada en la neoyorquina Coney Island, mientras que la parte norte sigue el modelo de París, con la emblemática Torre Tsūtenkaku imitando a la Torre Eiffel. Durante la Segunda Guerra Mundial, esta torre fue desmantelada por los propios japoneses porque era fácilmente visible desde el cielo por las aeronaves norteamericanas. Se reconstruyó durante la década de los 50, cuando la compañía Hitachi adquirió unos derechos publicitarios que le permitían instalar neones en su estructura y que a día de hoy siguen vigentes, pero esta reconstrucción tiene un acabado más moderno, no tan parecido al de su prima parisina. 

Shinsekai es considerado por muchos el barrio más peligroso de Japón, por eso mi cautela al acudir solo hasta aquí. En los 90 fue una zona muy popular entre los yakuza y cerca hay varios asentamientos de vagabundos procedentes de todas las partes de Japón que vienen a esta zona de Osaka escapando de los estigmas sociales en sus ciudades de origen. Zonas de prostitución, el epicentro de la comunidad travesti de Osaka y las altas tasas de criminalidad comparado con el resto de Japón hace que algunos japoneses tengan miedo de visitar este barrio a determinadas horas del día...pero, ¿y lo que mola salirse de los itinerarios populares de los circuitos turísticos?

Como estoy cansado de andar y la estación de metro más próxima me queda a tomar por saco, decido tomar un taxi para llegar hasta Shinsekai, no sin antes preguntar a los taxistas si es un barrio tan peligroso como dicen, descojonarse de risa y meterme en los asientos traseros del vehículo dándome palmaditas en la espalda y discurseándome en japonés vete tú a saber el qué. 

Shinsekai está a unos 8 kilómetros del castillo de Osaka y no tardo demasiado en llegar. El taxista me deja justo debajo de la Torre Tsūtenkaku. Le pago lo correspondiente y me bajo del taxi, alucinando completamente con el ambiente y la estética colorista del lugar: Shinsekai es como estar dentro de una película de serie B de los años 80. Una puta locura.


Un salón recreativo lleno de videojuegos de los años 80 y 90 sin ningún administrador visible

Un salón de pachinko en Shinsekai

La mítica Torre Tsutenkaku corona este barrio de Osaka tan peculiar
Locales de dudosa reputación

Como ya les comentaba, la parte sur de Shinsekai está inspirada en la estética vintage de Coney Island
Empiezo a callejear por el barrio mirando los escaparates de las tiendas. Me meto en la primera de las convenience stores japonesas de las que ya hablaré en las próximas entradas, curioseo las ruidosas salas de pachinko a rebosar de ancianos enganchados a las máquinas, entro en recreativos con decenas de clásicos de los 80 y 90 regentados por NADIE donde pude echarme una partida de Tekken 2 por 100 yenes, hay tiendas que venden cachivaches de todo tipo, hay locales casposos donde los japoneses acuden a "deleitarse" viendo videos subidos de tono y hay cantidad de restaurantes y bares para comer a precios muy razonables. No sé si saben que Osaka se considera la capital gastronómica de Japón y tiene un amplio abanico de platos de la cocina japonesa que sólo pueden probarse aquí. Concretamente en Shinsekai, la especialidad es el pez globo, el famoso fugu, repleto de partes tóxicas de veneno mortal que decidí probar en otra ocasión porque era mi primer día en Japón y no quería morir aún, y también los kushikatsu, unas deliciosas brochetas fritas, cada una de ellas de un ingrediente concreto (gambas, calamar, ternera, patata, pollo...) servidas junto a unas hojas de col y un recipiente de metal que contiene salsa tonkatsu (de sabor similar a la salsa agridulce de toda la vida). La brocheta se sumerge en el recipiente una sola vez, y en caso de que queramos rebozarla de nuevo, se utiliza la hoja de col para vertir la salsa. Cada brocheta de kushikatsu cuesta sólo 100 yenes (menos de 80 céntimos al cambio) y este servidor se comió unas cuantas sin contar la que le regaló el cocinero.

En las populares convenience stores japonesas pueden comprarse todo tipo de locuras

 
Como por ejemplo, KitKat de té verde matcha






Aunque parezca de verdad, la comida de los expositores sólo son reproducciones realistas del menú hechas con plástico

En la primera fila de este expositor pueden ver las brochetas de kushikatsu

Con el estómago lleno, me paso un rato vagando por Shinsekai, que está plagado de Relaciones Públicas por fuera de los restaurantes que en ningún momento me molestaron, no como los hijos de la gran puta pesados de mierda que tenemos en España, y me pongo a sacar fotos de este barrio tan fascinante que en nada se parece al lugar demacrado y turbio que los comentarios de internet habían esbozado en mi cabeza. Sí, me encantó Shinsekai y me arrepiento de no haber probado más platos en uno de los rincones más singulares culinariamente hablando de todo Japón. Mi viaje continúa ahora hacia la Torre Abeno Harukas, el rascacielos más grande del país con unos “humildes” 300 metros de altura.

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