26 oct 2014

La valentía de huir


Esta reflexión que voy a escribir va sobre la tozudez y obstinación de los demás por influir en nuestras vidas. Pero no piensen que la esencia de este nuevo ensayo va a concentrarse en el ya manido asunto de la dictadura de las cadenas de radio señalándonos los hits que debemos escuchar, la manipulación televisiva como instrumento de control, el consumismo y toda esa letanía de técnicas fantasmagóricas utilizadas por las élites dominantes para anular nuestro sentido crítico. No va por ahí la cosa porque quiero ser más concreto, más personal, más centrado en los comportamientos individuales. Esta reflexión alude principalmente al incesante empeño de de las personas por intervenir, o dicho de una manera más directa, entrometerse de alguna manera en las decisiones y actuaciones personales del prójimo.

La situación puede resultar ya tan grave y caótica que tal vez salgamos por la mañana de nuestras casas sin ser del todo conscientes de la cantidad de basura adulterante a la que debemos enfrentarnos permanentemente como seres humanos. No tengo ni la intención ni los motivos para ocultar la opinión de que el hombre me parece un ser podrido y, a consecuencia de ello, tiende a corromperse y es susceptible de caer en todo un espléndido inventario de conflictos psicológicos dañinos como la envidia o la inseguridad, que acarrean que en poco tiempo ponga en marcha las herramientas más rastreras para combatir alevosamente la enorme tragedia interior que supone estar infectado de estos deleznables sentimientos.

Es a partir de aquí cuando surge esa voluntad embaucadora de intervenir en el perímetro ajeno, haciendo oficio de nuestras argucias para tratar de implantar alguna idea en un terreno foráneo, todo con un fin, en muchos casos, muy alejado de la buena intención. Hay que admitir que, la sociedad es el medio natural en el que nos asentamos como especie, por lo que siempre tendremos que establecer un vínculo social con nuestros semejantes, y con esto me refiero a que siempre vamos a compartir y transmitir una cierta herencia cultural, ya sea de nuestros padres, del entorno y un sinfín de prácticas y ambientes sociales de las que resulta casi imposible aislarse. Por tanto, viviremos influidos de alguna forma por muchas condiciones preexistentes, pero lo que en realidad puede empezar a invadir nuestro patrimonio personal es la verborragia de los demás, las sutiles opiniones de otros sobre lo que hacemos y no hacemos, el profundo conocimiento sobre nuestra vida que parece atesorar una parte de la gente que, por pura lógica aristotélica, ni siquiera la está viviendo.

De esto sí que debemos preocuparnos, y no tanto de que los 40 Principales nos intente inyectar en el cerebro la última letra edulcorante de Pablo Alborán. A mí me preocupa. Lo malo es que ha empezado a preocuparme tarde, cuando ya estoy demasiado acoplado a la estructura de todo y me doy cuenta de que se complican las ilusiones y metas personales que había esbozado. Cuando aún poseía esa ingenuidad soñadora era capaz de avistar dónde estaba la salida del laberinto, pero nunca nos dijeron que lo realmente complicado consistía en atravesar sus intrincados pasillos infestados de criaturas endemoniadas, que no dejan de darte coordenadas erróneas para que nunca encuentres la salida y acabes vagando eternamente hasta tu inanición moral.

De niños, todos queríamos ejercer esas profesiones que conceptualmente asociábamos con prestigio y diversión. Policías, veterinarios, astronautas, escritores, futbolistas, etc. Pero muy pronto llegan las primeras voces, a menudo demasiado cercanas, que en mitad de esas ambiciones, utópicas o no, empiezan a cuestionar nuestra validez para alcanzarlas. Mmm...quieres ser astronauta, pero no se te dan demasiado bien las matemáticas. Quieres ser futbolista, pero mejor céntrate en estudiar que el fútbol no te va a dar de comer. Así empiezan a desincentivarnos, puede que en muchos casos con la mejor de las intenciones pero siempre desde una perspectiva externa de una persona que no eres Tú, y que a su vez está condicionada por otras experiencias que ha visto o percibido en otras personas que ni siquiera son ellos. Pues bien, ahí es cuando empiezan a deformarte, justo en ese momento de Tu vida donde más instrucciones elementales estás absorbiendo de Tu alrededor y en el que Tu cabeza está más "elástica y moldeable" de lo que nunca volverá a ser jamás. Lo único que puedo hacer ahora mismo es felicitar a toda esta ringlera de consejeros personales por su formidable capacidad de abstracción a la hora de ponerse en mi lugar y saber qué es lo mejor para mí.

Podríamos seguir haciendo un recorrido histórico de las experiencias y propagandas exógenas que van distorsionando nuestra auténtica personalidad, pero no tengo la pretensión de convertir este texto en una obra de Ken Follett ni tampoco voluntariedad de aburrir al lector. Digamos que después de querer ser astronauta y acabar estudiando una carrera de esas en las que salen 900 titulados al año, tras haber basado parte de tus valores en algún ídolo adolescente absolutamente erróneo, después de haber seguido los sabios consejos de ese erudito que siempre tiene razón porque habla "desde la experiencia", aquí estás: votando al partido que "mejor te ha convencido", persuadido por los banners de "agrande su pene" en internet y esquivando por la calle a los captadores de ONG's que te hostigan para que te abones a su organización sin ánimo de lucro para llevarse una comisión con ánimo de lucro a costa de tu firma para enseñar a pescar atunes a los niños de Tanzania. Nos sugieren qué hacer con nuestro dinero, nos envuelven en compromisos y obligaciones que realmente no tenemos ganas de cumplir, acabamos soltando frases que no sentimos y finalmente nos desvían del camino que en un principio queríamos tomar. Le damos el gustazo a todos esos hijos de la gran puta.

Por eso a veces tengo ganas de reventarlo todo, joderlo todo desde dentro. Vivo en un mundo tan repleto de miserables sin amor propio, envidiosos y mercachifles con sonrisas de tiburón que en repetidas ocasiones acabo con las ganas de no darle a nadie ninguna explicación de nada y aparecer en Filipinas alimentándome de cocoteros y bambú con un lémur volador de mascota llamado Alfredo. Las ganas de decir "sí, me encauzaron para vivir en esta mierda, pero enloquecí y acabé haciendo lo diametralmente opuesto en todos los sentidos". Tal vez ya sea tarde para acabar siendo un futbolista de élite o para conquistar planetas extrasolares, pero siempre puede ser un buen momento para mear encima de la línea marcada. Lo que pasa es que aún no soy lo suficientemente valiente para hacerlo, o quizá todavía no estoy tan harto como creo para hacerlo. Digamos que estoy hastiado, pero soy un detonador de periodo largo al que todavía le falta algún tipo de composición química para hacerlo explotar. Digamos que aún no he reunido la valentía de huir.

Así que esta es mi lucha diaria, donde no puedes aferrarte a la ayuda de ningún oráculo desinteresadamente imparcial porque sabes que su criterio va a estar sesgado de un modo u otro por sus propias suposiciones. No obstante, lo que sí es seguro es que no soy la única persona ahogándose en esta basura. Menudo catálogo de monstruos tenemos ahí fuera. Miro al de al lado y veo a un subnormal regalándole un anillo de boda a su pareja para encerrarse en una vida que cree que va a poder levantar, para terminar desquicidado discutiendo por trivialidades, yéndose de putas por la puerta de atrás para escabullirse de los cuentos de Disney que le contaron cuando su cabeza era "elástica y moldeable", y que se auto-convence diciéndole a sus amistades más íntimas que la tendencia natural del ser humano es la poligamia mientras llora y se suena los mocos. Echo un vistazo a la mesa de mi izquierda y veo a un gilipollas hablar de libertad por tatuarse una "A" de anarquía en el pecho, después de pasarse horas enganchado a una mierda de teléfono que se compró gracias a su paga de prestación por desempleo y, claro, soy humano para deprimirme con estas cosas, pero también para descojonarme. Joder. Esa gente sí que debe tener ganas de huir en lo más profundo de las vísceras de sus cuerpos, Dios mío bendito.

Es precioso hablar de libertad y lanzar mensajes de esos que te rayan los ojos de la euforia, pero muy pocos se atreven a hablar de que el estado de cosas de las que partimos puede suprimir nuestro acto de voluntad para decidir, incluso hay actos que creemos que decidimos voluntariamente y que nos encarcelan dentro de otros estados en los que ya no tendremos más posibilidad de elección. Creo que muy pocos tienen verdadera consciencia de lo deformados y engañados que estamos, muy pocos se levantan por la mañana con esa presión torácica que aflora cuando asumes que tienes que salir ahí fuera a lidiar con las sonrisas de tiburón, a reírle las gracias al prójimo para favorecer la paz social y a contenerte para no reaccionar de forma agresiva a esa persecución ideológica encubierta a la que estamos sometidos día tras día. En nuestra mano está rechazarlo todo, tomar el coraje de escupirles a la cara, pisotear el castillo de arena que nos construyeron presuponiendo que esta era la vida que nos hacía felices y que sólo hacía falta encontrar a la princesita de alcoba que nos permitiera seguir perpetuando la farsa, en nuestra mano está reunir la valentía para desmantelar lo arquetípicamente ofrecido y buscar lo que espiritualmente nos llena.

Al final el mundo se divide en dos tipos de personas: los que quieren volver a ser primates para que no haya una sociedad que les censure su poligamia, y los que quieren volver a ser primates para que no haya una sociedad que les censure por agarrar el pedrusco más grande y estallarlo en el cráneo de los macacos que vienen a influenciar a los demás con cualquier mínimo gruñido de autoridad coaccionadora. Yo pertenezco al segundo grupo.

Un abrazo.

2 comentarios:

  1. Si me disculpas, un señor comenzará hablando por mí:

    "Tú de verdad escribes sobre literatura de la única manera que resulta interesante a todo el mundo, salvo a los académicos, como una ocupación real semejante a la banca o a follar, con todas sus servidumbres de egoísmo, aburrimiento, excitación y terror."
    Cyril Connolly.

    No puedo empezar de otra forma que citando al que podría haber sido (y no fue) el gran escritor inglés del siglo XX. No sé si es que yo leo mucho o tú transmites demasiado, pero no hay ensayo que no me recuerde, aunque sea vagamente, a algún escritor. Y eso es increíble. Mi eterno agradecimiento por reflexiones como ésta.

    "Cuantos más libros leemos, antes nos damos cuenta de que la verdadera misión de un escritor es crear una obra maestra, y que ninguna otra tarea tiene la menor importancia. Pese a esta evidencia, ¡cuán pocos escritores lo admitirán, o, habiéndolo admitido, estarán dispuestos a abandonar la pieza de iridiscente mediocridad que han comenzado! Los escritores siempre esperan que su siguiente libro sea el de mayor grandeza, ya que son incapaces de aceptar que su modo de vida presente sea lo que les impide crear algo distinto o mejor."

    ¿Por qué cito a este hombre? En primer lugar, porque creo que merece la pena leerlo, sea antes o después. De hecho, creo que su libro "Enemigos de la promesa", te encantará. Quizás la primera parte que se orienta hacia la crítica literaria no tanto, pero cuando comience su exposición autobiográfica, es capaz de conmoverte con una crudeza insólita. Aborda los problemas a los que debe enfrentarse un escritor: el periodismo, el éxito, la pereza, el compromiso.

    Quiero escribir sobre esto porque me parece muy curioso que en el siglo pasado fuésemos nosotros mismos los que nos pusiésemos trabas a la hora de realizarnos como personas y que ahora, en este siglo, cuando por fin hemos superado esa fase, un mundo tan íntimamente comunicado (lo cual nos debería dejar más margen de libertad), resulta que es tu entorno el que te pone la zancadilla. Precisamente por eso, porque estamos saturados de información, creemos poseer la verdad en todo y opinamos por sistema. Opinamos enfermizamente, aunque no aportemos nada. Pero cuidado: Si le dices que es una gilipollez saltan con el típico "respeta mi opinión que es tan válida como la tuya". Los cojones, respetaré tu opinión si veo fundamentos para sostenerla. Si no es así es una gilipollez, no una opinión.

    Mi familia, por ejemplo, no sabe ni qué estudio en realidad. Tienen una vaga idea, pero nada razonado. Solo saben que no estudio ciencias y que por tanto, mi vida se estructura a un único fin: acabar pidiendo para café en la puerta del Mercadona. Tampoco saben que trabajo como corrector de estilo y maquetador en una pequeña editorial. Es más, yo creo que he sido un valiente que huye en ese aspecto, y ni pierdo el tiempo en comentarlo en los almuerzos familiares, "opinan" demasiado. Soy feliz con ese silencio.

    Pero, ¿sabes qué? Soy muy pesimista respecto al tema que has expuesto.

    Soy consciente de que, en el caso extraordinario de que me vaya realmente bien, no lo sabrán tampoco. Porque solo se "opina" cuando algo va mal o está por ocurrir. Cuando ha ocurrido ya y el resultado ha sido favorable no opinan, lo achacan a un golpe de suerte. Al trabajo de tus cojones, no, la suerte. Conclusión: Después de sopesarlo concienzudamente, entran ganas de alistarse a tu gremio de primates regresivos.

    Pero te dejo un vídeo para la esperanza. A un hombre para la esperanza, de hecho. Que no se diga que solo atacamos los problemas y no ofrecemos soluciones: Las escuelas matan la creatividad (https://www.youtube.com/watch?v=-np-1YQI1xY).

    Gracias, RendelJackson. Gracias por aportarme tanto y tan bueno.

    ResponderEliminar
  2. Los extractos que has dejado de Cyril Connolly me recordaron a las críticas literarias que Seymour Glass escribía a su hermano Buddy en "Seymour: una introducción" de J.D. Salinger (mi autor favorito y del que es muy posible que haya adoptado algo de esa deliciosa misantropía que irradiaban sus escasas publicaciones). En estos consejos literarios, siempre en forma de cartas, Seymour se mostraba decepcionado con su hermano, que estaba tratando de escribir un cuento, y pecaba de dotar a los personajes de características "consideradas universalmente divertidas" pero que en ningún caso salían de su corazón. Seymour recordaba a su hermano que antes de ser escritor había sido lector, y le empujaba a sentarse con calma y preguntarse qué tipo de obra le gustaría leer si pudiera elegirla con el corazón para, a partir de ahí, escribir lo mejor de sí mismo.

    Pienso que es otra insinuación más de que muchas veces debemos liberarnos de lo categóricamente impuesto para descifrar nuestro auténtico virtuosismo, lo cual no es nada fácil en un mundo, como tú bien has dicho, tan atiborrado de información, falsos tutores y consejeros de pacotilla que nos contamina continuamente con sus axiomas.

    Vi el video de Ken Robinson hace años, de hecho, ese hombre es otro de los agentes que ha propiciado que haya escrito este texto. Aún así, había olvidado detalles alarmantes de esa charla, como cuando nos recuerda que el sistema educativo vigente es un mohoso engranaje del siglo XIX retorcidamente diseñado para fabricar jornaleros de la industria. La mala noticia es que aunque existan hombres como Ken Robinson, que apuestan por la creatividad y algo más que un puñado de asignaturas de letras y números, los que están arriba seguirán promulgando el método que a ellos les interesa, el de seguir manufacturando peones sin alma que se acojan a un salario de mierda y con la imaginación justa para aventurar quién será el próximo expulsado de Gran Hermano.

    Claro que hay que ser negativo respecto a este tema. Si vivimos en el mundo del "te lo dije" y el "ya te lo venía diciendo yo" para alardear de sabiduría hasta en el fracaso ajeno. Por eso siempre he vivido con el sueño de cerrar la boca a estos mierdas resabiados. Yo lo único que sé es que, si algún día ocurre el hipotético caso de que alcance algo similar a este éxito, va a ser íntegramente mío, no le debo nada a nadie.

    Gracias como siempre, por aportar tantas cosas a este blog. Realmente me deprimió escribir esta entrada, pero me ha reconfortado enormemente leer las opiniones y respuestas. Lo que creo que en próximas publicaciones me voy a intentar relajar emocionalmente, quizá escriba alguna crítica cinematográfica o hable de estas inquietudes a través del prisma de algunas películas, más que nada por darle descanso a mi consternación interna durante un tiempo. Ya veré.

    Gracias de nuevo por tu comentario, siempre me parecen acertadísimos. Un fuerte abrazo.

    ResponderEliminar