A pesar de que le han crecido algunas telarañas a esta sección del blog, no significa que mi fascinación por el procedimiento del embuste y la falsedad haya menguado. Al contrario, sigo maravillándome prácticamente a diario con la asombrosa predilección del ser humano por el mundo de la argucia. Hoy hablaremos de la hipocresía, un tema siempre presente en los aledaños de nuestra sociedad, un tema siempre vigente incluso en nuestros círculos de allegados.
La hipocresía es como una especie de poltergeist, es decir, se puede manifestar de diferentes formas. Al igual que estos fenómenos del mundo paranormal, la hipocresía no tiene una causa aparente que pueda ser descrita y clasificada por la comunidad científica. Y sin embargo, está ahí fuera, esperándonos. Escalofriante, ¿no os parece?
De la misma manera que la parapsicología incluye dentro del término poltergeist una gran variedad de acontecimientos sobrenaturales, la hipocresía también encuadra una extensa mezcolanza de fenómenos no menos llamativos e impactantes. A continuación vamos a intentar pormenorizar los tres principales:
En primer lugar tenemos la tradicional “mentira”. Si nos vamos al diccionario de la RAE, la primera acepción que aparece de esta palabra es “expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, se cree o se piensa”. Así pues, un mentiroso es una persona que emplea con asiduidad este tipo de recursos. Por poner un ejemplo visual de una “mentira”, alguien que llega de la calle y nos dice que ha visto un diplodocus comiendo de las ramas de un baobab del parque. Pese a la absurdez del ejemplo, (pues todos sabemos que los dinosaurios se han extinguido, y obviando el hecho de que no hay baobabs en ningún puñetero parque de España porque es un árbol que sólo crece en África y Australia) el propósito de cualquier mentira siempre tiene un denominador común, que es bifurcarse de la verdad mediante la elaboración de un enunciado que puede ser más o menos complejo según la pericia intelectual de su autor. No existen por tanto las medias mentiras, o las medias verdades. Ni los 3/4 de verdad, 250 gramos de mentira. Una mentira siempre será una mentira. El uso que queramos dar de ellas puede ser muy variado, incluso pueden tener diferentes grados de tolerancia o permisividad, pero mentir es mentir, y sea cual sea tu intención, el simple hecho de usarlas te hace caer dentro de la descripción de la RAE de un “mentiroso”.
En segundo lugar, tenemos también el clásico “falso”, entiéndase por falso a la persona que finge o aparenta una imagen que no se corresponde con la real. Más que una “mentira” tiene que ver con una simulación de un papel, algo así como un actor que interpreta las directrices de un guión de cine. En mi experiencia personal, he tratado con repartos de actores y actrices asombrosamente buenas, artistas del embuste que se desenvolvían como salmones en un riachuelo de agua dulce y que utilizaban todo tipo de destrezas con el fin de enmascarar su verdadera figura. Enfados fingidos, expoliación de ideas de otros, lágrimas falsas, alteraciones paranormales de personalidad, etc. El repertorio es tan inmenso como el cinismo de los propios actores. Sin embargo, el principal fallo de este tipo de hipocresía reside en que nunca se puede interpretar un papel durante un periodo ilimitado de tiempo; hasta el camaleón más escamoso es incapaz de mantener una pigmentación determinada de forma duradera. Y creedme, la vergüenza de un papel frustrado por el rigor de un guión demasiado exigente o un espectador perspicaz es comparable a pasear desnudo por Central Park bailando el hula-hoop y con unas pantuflas de “el Conejo Ricochet” en los pies. Así pues, parafraseando el famoso dicho del refranero español de “se coje antes a un mentiroso que a un cojo”, yo aseguraría que se puede coger al cojo antes que al falso, pero a este también se le acaba cogiendo y, cuando llega el momento, el rubor que puede llegar a sentir es casi incalculable.
En tercer lugar tenemos a la llamada “persona nebulosa”, un término acuñado para los que, como la palabra indica, carecen de claridad en sus actos y acciones. Siempre defenderán su comportamiento alegando que no han mentido ni falseado, sin embargo, el simple hecho de ocultar información para sus propios fines les hace partícipes de una adulteración de la verdad y, son por tanto, hipócritas con todas las letras. Es realmente repugnante como se suelen refugiar en un falso halo de inocencia y sinceridad aduciendo que ellos nunca han tratado de calumniar la verdad. Por realizar una alegoría del término, la “persona nebulosa” sería algo así como un corredor de bolsa de la hipocresía, una especie de broker o agente del fariseísmo movido por expectativas de beneficio que en lugar de ser financiero, posee unas intenciones mucho más etéreas y personales, pero a fin de cuentas, tiene muchas veces la misma escasez de escrúpulos que su homónimo de Wall Street porque transforma la verdad en una especie de mercado bursátil. Es importante recalcar que la “persona nebulosa” no necesariamente miente o falsea, simplemente oculta y enmascara con meticulosidad para, en última instancia, escudarse en un fraudulento resplandor de absolución que nos impide llamarla “mentirosa o falsa”. Pero que no os engañen (válgame la redundancia temática); la “persona nebulosa” también pertenece al folclore de la hipocresía y siempre será una persona de la que debemos desconfiar, pues el simple hecho de tener propósitos escondidos en los rincones de su mente, les convierte en unos sujetos peligrosos a la hora de “confiarles nuestras inversiones”. Cualquier claroscuro que sospechemos en los pensamientos de una persona, puede ser una señal de opacidad en los hilos del titiritero, una imperfección óptica que nos debe hacer recular y cuestionarnos la legitimidad de la función teatral. No obstante, tienen un elemento en común con el “falso” tradicional, y es el hecho de que tarde o temprano también acaban revelados por el ojo crítico o los imprevisibles reveses de Wall Street. Es lo que tiene especular, que implica un riesgo y sabes que en cualquier momento te puede explotar la burbuja.
Pues, damas y caballeros, este ha sido mi particular análisis de los diferentes arquetipos de hipócritas que nos rodean. Ya saben que, como siempre, estoy abierto a opiniones y sugerencias. Honestamente, echaba de menos sentarme y divagar un poco sobre este sobrecogedor universo que es la falsedad. Me he sentido cómodo y sereno detallando para ustedes los principales “poltergeists” de la hipocresía. Espero de corazón que mis reflexiones ayuden a prevenir el acercamiento de estos espectros de la realidad a vuestras vidas cotidianas. Por desgracia, y a diferencia de lo que ocurre con las entidades del más allá, no existen fórmulas chamanísticas que impidan la proliferación de la hipocresía a nuestro alrededor. No es tan sencillo como aplicar un conjuro antediluviano o echar cruces de agua bendita para alejar a estas presencias. Sin embargo, basándome en mi propio empirismo, los poltergeists de la hipocresía, paradójicamente, suelen temer la verdad y a las personas que son absolutamente intransigentes a cualquier tipo de patraña. No suelen acercarse a estas cuando han sido conscientes de la fuerza de una certeza lanzada directamente al epicentro de sus mandíbulas. De esta manera, lo habitual es que emigren a otros lugares donde puedan extender sus tentáculos sin miedo a toparse con la consistencia de una verdad bien fundada, la disciplina de la honestidad bien cosechada y la autoridad de una franqueza bien esgrimida.
Que tengan un buen día.
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