A veces no entiendo qué tipo de cosas implica el ser una persona “especial”. Lo he debatido en varias ocasiones con unas cuantas personas, y aún no me queda del todo claro cuál es el significado exacto de esa palabra que he puesto entrecomillada.
En mi corto periodo de vida no he conocido nunca a nadie que meritoriamente pueda clasificarse en esa definición. Veo gente que más o menos intenta distinguirse de los demás, tener ideas más o menos propias, ponerse un piercing en la úvula, escuchar electro-punk finlandés, etc…pero eso no acarrea ser una persona diferenciada de lo “común” en ningún sentido. Si es que existe otra definición concreta que nos delimite la línea entre lo corriente y lo excéntrico. ´
Todo el mundo es “único”. Y no lo pongo con una connotación positiva ni negativa. No tiene connotación de nada, simplemente es así. Cada persona tiene un jodido mundo orbitando dentro de la cabeza, sólo que tenemos un ombliguismo tan grande que somos incapaces de pararnos a pensar en esto aunque sólo sea un momento.
¿Cuántas veces llegas a tu casa y ves a tu padre sentado en el sillón viendo la tele? ¿Te preguntas alguna vez en qué coño estará pensando? Puede que sólo esté viendo las noticias y se esté cagando en el Euribor, pero quizá no esté viendo nada realmente y esté preocupado por algún tema mucho menos remoto como por ejemplo, dónde has estado toda la puta tarde o cuánto hace que no vas con él a echar un billar al bar de Armiche. .
Lo que pasa es que nos creemos súper complejos y somos la rehostia porque estamos ampliando nuestra sabiduría leyendo un ensayo de Hume. Se supone que eso nos enriquece y nos va a dar un visado hacia el mundo de las cabezas privilegiadas e inconformistas. Hacer ciertas cosas nos cubre con un manto de falsa singularidad en nuestro obsesivo empeño de creernos excepcionales. Pero muchas veces es todo ombliguismo, y muchas veces no estamos leyendo a Hume para cultivar nuestros particulares mundos orbitales y ser mejores personas, sino porque tenemos miedo a que otros nos tachen de ignorantes o que se nos cierren las puertas de algún grupo social al que nos gustaría pertenecer. Pero mientras tus actos se basen únicamente en esperar el aplauso ajeno, siempre serás un mono de circo. Un chimpancé subnormal al que le tiran bananas cada vez que hace un par de acrobacias encima de un taburete. Cuando termine el número, regresarás a tu jaula diminuta. Estando igual de solo, pero más infeliz.
Y he puesto el ejemplo de un padre o alguien cercano a nosotros para intentar explicar que el hecho de creernos diferentes a los demás muchas veces nos hace perder la empatía. Pero haciendo un análisis un poco más general de nosotros mismos y enfocando ahora el comportamiento humano de un modo más universal, me resulta sorprendente comprobar lo mucho que nos encanta vanagloriarnos de lo tolerantes que somos con los demás cuando realmente esto no es así. Se nos llena la boca hablando de amor, paz y respeto, pero tenemos una falta de empatía tan grave que somos incapaces de asumir, por ejemplo, que la vida en otros países no tiene el mismo valor que en nuestro modelo social abanderado por el progresismo y los Derechos Humanos.
No somos realmente tan “especiales” como creemos. No somos tan “tolerantes” como pensamos. Tenemos nuestro planeta particular girando en nuestras cabezas y está genial. Eso nos hace únicos. Pero nunca especiales, porque cada puñetero ser humano tiene otro planeta pequeñito, del que probablemente desconozcamos si hay agua, microorganismos o vete tú a saber el qué. Pensar que nuestro modelo de entender el mundo es “especial” o mejor que el de otros, nos relega a un lamentable antropocentrismo de pacotilla y nos hace vanidosos. Nos hace perder la empatía y creernos mejores que los demás en cierta manera.
Yo propongo intentar ser un poquito menos “especial”, y en vez de luchar por diferenciarnos de todo, acercarnos un poco más a los mini-mundos de las personas que tenemos a nuestro alrededor. A veces un “hola, ¿cómo estás?” puede solucionar la angustia de alguien. Un abrazo inesperado puede hacer sonreír al tipo más impasible del mundo. Hacer descojonar a un completo desconocido en la parada de la guagua. Vivan los “normales”, joder.
Somos “únicos” en cuanto a la forma de interiorizar la vida, pero coincidimos en demasiadas cosas como para pensar que estamos llevando una existencia absolutamente singular y exclusiva a la de otros seres con los que convivimos. Los sueños y metas del ser humano son casi siempre los mismos: la satisfacción de encontrar a otra persona que comprenda lo mejor posible nuestro mundo particular y llevar una vida lo más confortable posible. Queremos vivir bien. No hay más vuelta de hoja. Que les jodan a los “especiales”. Estoy hasta los huevos de encontrármelos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario