5 feb 2012

Esos puñeteros personajes autistas ego-depresivos del cómic japonés

Normalmente los personajes de películas, animes y videojuegos japoneses son estupendos. Tienen un perfil psicológico interesante, son carismáticos, graciosos y, en general, nos divierten. Sin embargo, hay un estereotipo muy común dentro de estas producciones que definitivamente, me toca las pelotas que aparezca porque es capaz de enviar el guión directamente a la mierda.

No sé por qué cojones pasa, pero en un buen número de animes y videojuegos de origen japonés hay un personaje, normalmente de los villanos, que SIEMPRE TIENE QUE SER ULTRAFORTÍSIMO Y NADIE LE GANA. Este personaje destaca por no decir una mierda nunca, todo lo arregla a zambombazos y por supuesto, tienen legiones interminables de seguidores que se flipan con sus sobradas.

Hablo de ese personaje de pocas palabras, frío y calculador, que cuando le hacen cabrear desata un poder destructivo capaz de partir el globo terráqueo en 47 cachos. Suelen ser estéticamente atractivos, pero jamás dicen un carajo porque su papel en el guión no va más allá pegar estampidos y provocar explosiones epilépticas. Y cuanto menos abren la boca y más relámpagos devastadores les salen por el agujero del culo, más frikazos arrastran con ellos. La excusa preferida para justificar el carácter taciturno de estos majaderos es que tuvieron un pasado difícil. Tócate los cojones, con lo que me encantan los incomprendidos.

Por poner un ejemplo; Sefirot en Final Fantasy.  Un tipo que se comunica por monosílabos y que tiene la expresividad de una teja. No es capaz de soltar ni una sola una frase interesante en las aproximadamente 40 horas que dura el juego. No se le ve ni una mísera nota de humor ni tampoco un comentario medianamente ingenioso. NADA. Porque Sefirot es sin ninguna duda, el tipo más intensamente aburrido que puedes tirarte a la cara. Hablemos claro: Sefirot es un parado.

Otro antihéroe de notable éxito entre los aficionados al cómic japonés es Gaara, en la serie de Naruto. Se trata de un niñato reprimido que se maquilla como una bailarina de El Cisne Negro y al que yo personalmente espabilaría metiéndole una traca valenciana dentro del saco ese de arena que lleva en la espalda.

Pero entonces, ¿por qué hablamos de algunos de los villanos más exitosos del mundillo? ¿Por qué triunfa un personaje con Síndrome de Asperger que aunque sea capaz de invocar un poder abismal que destruye el universo, al final del juego acaba con la cara más rebanada que un queso gruyère?

No lo sé, pero hay miles de ejemplos más en la cultura del entretenimiento japonés. Personajes que sonríen una vez cada 73 años. Personajes prepotentes y orgullosos, incapaces de enlazar dos frases seguidas, que siempre permanecen en silencio para que todos digamos “ohh, qué misterioso”.

Yo lo tengo clarísimo: donde haya un personaje optimista, alegre y gracioso, que se quiten los mascachapas estos con su rollete ego-depresivo, creados para que los infelices del mundo se identifiquen y crean que algún día les saldrán bolas de fuego en las palmas de las manos. Desde aquí quiero reivindicar a los personajes japoneses encantadores y cercanos. Esos extremadamente gestuales, que no paran de hablar y de soltar frases ocurrentes, los que de verdad ponen salero y humor a las series y videojuegos de origen oriental. Esos son los de verdad, y no esa puta mierda de personaje inexpresivo que no se inmuta por nada ni aunque le sacudan en la cabeza con un botafumeiro encendido.

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