Si hay algo que me toca los cojones es el “joven universitario”. Su perfil responde a un tipo normalmente entre los 18 y los 25 años. Puede ser tanto hombre como mujer, pero en esta entrada voy a centrarme con la descripción masculina, que es la que conozco más a fondo.
El “joven universitario” va con un cartapacio de apuntes bajo el brazo (las mochilas son para los niñatos), bien vestidito, con su peinado perfectamente esculpido con gomina o gel fijador. Es un galán, vamos. Le gusta hacer chistes adultos, o lo que él cree que son chistes adultos, porque lo cierto es que tiene menos gracia que el parto de un feto muerto. Pero hay que entenderle, está haciendo nuevos amigos en esto de la universidad. Que ya no va al instituto, joder.
El “joven universitario” siempre está puteado con las clases. Sale casi todos los fines de semana con su pandilla de amigos snobs a cogerse un ciego de la hostia, pero siempre está puteado. No es que sea más vago que un charco, es que los profesores le exigen demasiado y los exámenes son durísimos. Además, está en la edad de divertirse, cojones. Y qué curioso, el “joven universitario” nunca está en carreras relacionadas con física o medicina, que son las únicas dónde puede ser comprensible quejarse de estar puteado.
Al “joven universitario” le encanta que le pregunten sobre qué está estudiando. Porque acto seguido, se pone las gafitas de sol, sonríe lateralmente y dice que está en la universidad. Eso es la polla en vinagre, como el jodido sueño americano, pero para los tontos. Porque hay que ser muy tonto para pensar hoy en día que ir a la universidad está al alcance de unos pocos, que se ha llegado hasta ahí por tener una cabeza privilegiada y que tienes el futuro laboral encaminado. Pobre retardado mental, no sabe que cerca del 40% de la población juvenil española tiene una titulación universitaria exactamente igual que la de él, y que sin saber al menos dos idiomas más, y tener unos conocimientos medios de informática, probablemente no pase de trabajar quitando chicles debajo de las mesas de la cafetería.
Y es que al “joven universitario” le encanta pavonearse de sus miserables logros académicos. De vez en cuando, intenta impresionar a sus amigos enseñándole un libro de 800 páginas que sacó de la biblioteca. En realidad, no tiene que leerse más de 40, pero queda totalmente "universitario" decir que tiene que estudiarse todo eso.
El "joven universitario" no aprueba una mierda nunca, pero el hecho de pasearse por la facultad le da como un status de omnipotencia que le hace mirar por encima del hombro a los demás. Qué triste, a veces me los encuentro por ahí y no sé muy bien cómo explicarles que la gente con más pasta que he visto en mi vida jamás pisó un aula universitaria y que probablemente no sepan ni resolver una raíz cuadrada, pero se han partido la espalda trabajando de verdad y tienen lo que se merecen.
Porque al fin y al cabo, se trata de eso. A mí me encanta la gente trabajadora. Es una de las cosas que más admiro en el mundo. Me fascina profundamente esa persona que, sea universitaria o no, siempre está sacando sus cosas adelante, preocupado por su futuro, esforzándose por aprender y madurar.
Yo he sido un vago increíble durante demasiado tiempo. Ahora estudio algo rodeado de gente muy bien preparada, el 95% de ellos mucho mayores que yo. Y es cuando digo: joder, ojalá me hubiera interesado por más cosas. Ojalá no me hubiera rascado tanto la huevada, tenía que haber aprendido esto y lo otro, tenía que haber leído más, etc. Eso es porque yo también, en parte, he pecado del espíritu del “joven universitario”. Y lo escribo siempre entre comillas, porque pagar una matrícula de la universidad y vestirte con chaquetitas de franela no te hace universitario.
Cada año entran a la universidad miles de estudiantes, pero sólo unos pocos pueden llevar ese adjetivo con justicia. Y normalmente, esos pocos que pueden considerarse realmente jóvenes universitarios (sin las comillas) no es que terminen la carrera antes que nadie porque son más listos o tengan una mente prodigiosa, es que sencillamente son los que más empeño ponen al hacer las cosas, y por tanto, son el modelo a seguir para todos los demás. El resto es una farsa, unas jodidas marionetas, víctimas del sistema educativo español, que regala los títulos académicos como si fuesen rosquillas de San Blas, para hacernos creer que estamos por encima de la media europea en cifras de educación, pero lo gracioso es que después nadie tiene un trabajo decente y tu titulación universitaria tiene la misma validez que mi diploma de Latín Medieval.
Nada, no me engañas, “joven universitario”. Deja de mirarme con esa cara de máquina, no me creo tu rollo moderno, eres un vago de los cojones. Ir a la universidad no tiene más mérito que otras alternativas igual o más respetables, así que vete a contarles milongas a tus amigos pedantes. A mí no me engañas. Así que menos lobos, Caperucita.
El “joven universitario” va con un cartapacio de apuntes bajo el brazo (las mochilas son para los niñatos), bien vestidito, con su peinado perfectamente esculpido con gomina o gel fijador. Es un galán, vamos. Le gusta hacer chistes adultos, o lo que él cree que son chistes adultos, porque lo cierto es que tiene menos gracia que el parto de un feto muerto. Pero hay que entenderle, está haciendo nuevos amigos en esto de la universidad. Que ya no va al instituto, joder.
El “joven universitario” siempre está puteado con las clases. Sale casi todos los fines de semana con su pandilla de amigos snobs a cogerse un ciego de la hostia, pero siempre está puteado. No es que sea más vago que un charco, es que los profesores le exigen demasiado y los exámenes son durísimos. Además, está en la edad de divertirse, cojones. Y qué curioso, el “joven universitario” nunca está en carreras relacionadas con física o medicina, que son las únicas dónde puede ser comprensible quejarse de estar puteado.
Al “joven universitario” le encanta que le pregunten sobre qué está estudiando. Porque acto seguido, se pone las gafitas de sol, sonríe lateralmente y dice que está en la universidad. Eso es la polla en vinagre, como el jodido sueño americano, pero para los tontos. Porque hay que ser muy tonto para pensar hoy en día que ir a la universidad está al alcance de unos pocos, que se ha llegado hasta ahí por tener una cabeza privilegiada y que tienes el futuro laboral encaminado. Pobre retardado mental, no sabe que cerca del 40% de la población juvenil española tiene una titulación universitaria exactamente igual que la de él, y que sin saber al menos dos idiomas más, y tener unos conocimientos medios de informática, probablemente no pase de trabajar quitando chicles debajo de las mesas de la cafetería.
Y es que al “joven universitario” le encanta pavonearse de sus miserables logros académicos. De vez en cuando, intenta impresionar a sus amigos enseñándole un libro de 800 páginas que sacó de la biblioteca. En realidad, no tiene que leerse más de 40, pero queda totalmente "universitario" decir que tiene que estudiarse todo eso.
El "joven universitario" no aprueba una mierda nunca, pero el hecho de pasearse por la facultad le da como un status de omnipotencia que le hace mirar por encima del hombro a los demás. Qué triste, a veces me los encuentro por ahí y no sé muy bien cómo explicarles que la gente con más pasta que he visto en mi vida jamás pisó un aula universitaria y que probablemente no sepan ni resolver una raíz cuadrada, pero se han partido la espalda trabajando de verdad y tienen lo que se merecen.
Porque al fin y al cabo, se trata de eso. A mí me encanta la gente trabajadora. Es una de las cosas que más admiro en el mundo. Me fascina profundamente esa persona que, sea universitaria o no, siempre está sacando sus cosas adelante, preocupado por su futuro, esforzándose por aprender y madurar.
Yo he sido un vago increíble durante demasiado tiempo. Ahora estudio algo rodeado de gente muy bien preparada, el 95% de ellos mucho mayores que yo. Y es cuando digo: joder, ojalá me hubiera interesado por más cosas. Ojalá no me hubiera rascado tanto la huevada, tenía que haber aprendido esto y lo otro, tenía que haber leído más, etc. Eso es porque yo también, en parte, he pecado del espíritu del “joven universitario”. Y lo escribo siempre entre comillas, porque pagar una matrícula de la universidad y vestirte con chaquetitas de franela no te hace universitario.
Cada año entran a la universidad miles de estudiantes, pero sólo unos pocos pueden llevar ese adjetivo con justicia. Y normalmente, esos pocos que pueden considerarse realmente jóvenes universitarios (sin las comillas) no es que terminen la carrera antes que nadie porque son más listos o tengan una mente prodigiosa, es que sencillamente son los que más empeño ponen al hacer las cosas, y por tanto, son el modelo a seguir para todos los demás. El resto es una farsa, unas jodidas marionetas, víctimas del sistema educativo español, que regala los títulos académicos como si fuesen rosquillas de San Blas, para hacernos creer que estamos por encima de la media europea en cifras de educación, pero lo gracioso es que después nadie tiene un trabajo decente y tu titulación universitaria tiene la misma validez que mi diploma de Latín Medieval.
Nada, no me engañas, “joven universitario”. Deja de mirarme con esa cara de máquina, no me creo tu rollo moderno, eres un vago de los cojones. Ir a la universidad no tiene más mérito que otras alternativas igual o más respetables, así que vete a contarles milongas a tus amigos pedantes. A mí no me engañas. Así que menos lobos, Caperucita.
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