Malditos humanos. Sucios y repugnantes humanos.
Nauseabundos especimenes bípedos procedentes del vacío cuántico. Sentid la cólera de Nuestra Deidad en forma de eventos meteorológicos extremos. Sufrid el impacto de meteoros incandescentes surgidos de los intestinos del universo contra vuestras insignificantes posesiones materiales.
Observad cómo arden vuestros hogares. Escuchad con angustia la apergaminada sinfonía de las llamas engullendo inexorables vuestras ridículas propiedades y pertenencias. Llorad mientras el perfume de los cuerpos carbonizados de vuestros seres queridos invade vuestras fosas nasales hasta haceros vomitar los jugos gástricos más ulteriores de vuestros repulsivos estómagos.
Retorceos de dolor mientras un punzante escozor recorre vuestro globos oculares hasta hacer que los arranquéis de las cuencas con vuestras propias uñas y los ofrendéis en vasos canopes a Nuestra Deidad, que ya acude a impartir jurisprudencia en la Tierra con incorruptible determinación.
Atended al graznido solemne de los cuervos sobrevolando el cielo teñido de rojo, en medio de la devastación de la urbe cosmopolita a la que en tiempos remotos acudíais a saciar vuestras indigencias personales, y que ahora veis convertida en un desfigurado amasijo de hormigón, asfalto y cristales.
Levantaos, monstruos de la Tierra. Descomunales criaturas oriundas de los abisales fondos marinos. Aberrantes creaciones procedentes de las cavernas más insondables del subsuelo. Espantosos ejércitos de seres infames. Leviatanes y basiliscos. Mantícoras y minotauros. Hidras y nereidas.
La hecatombe de la civilización comparece ante la perplejidad del hombre. Vuestras creencias y culturas destruidas por el coletazo de un Ouroboros. Vuestros códigos sociales y tradiciones reducidos a escombro y ceniza. Estremeceos con el desplome de vuestros dogmas al resquebrajarse las bisagras de la ciencia, que sostenía vuestras ridículas convicciones antropocéntricas.
Y de los cielos se abre paso Nuestra Deidad, a lomos de un impetuoso Pegasus de negras crines, que cabalga implacable sobre las cráneos de aquellos imbéciles que alguna vez tuvieron la osadía de atesorar sueños e ilusiones.
Despreciables humanos. Oh, Divinísima Majestad, extermínalos. Mutila sus cuerpos con la hoja de tu espada justiciera hasta convertirlos en una argamasa de órganos, huesos y carne. Arroja los despojos al caldero de Hades hasta que hiervan y se derramen, vertiéndose por las cárcavas de la Tierra en un licor exquisito de coágulos, sangre y cartílagos.
Oh, Divinísima Majestad. Tú que acudes a suprimir la insolente existencia de estos engendros corrompidos por la codicia y la envidia. Qué irónico y burlesco será cuando apagues sus lastimosas vidas con el resplandor imparable de los rayos de una hipernova.
Humanos. Impostores. Miserables seres mezquinos y soberbios. Cargad ahora con vuestro aciago destino de caos y destrucción. Padeced vuestro inapelable Castigo y sucumbid ante el merecido aniquilamiento de vuestra raza. Malditos humanos. Morid.
**************************************************************************
Sí, tuve un mal día, ¿pasa algo?
Nauseabundos especimenes bípedos procedentes del vacío cuántico. Sentid la cólera de Nuestra Deidad en forma de eventos meteorológicos extremos. Sufrid el impacto de meteoros incandescentes surgidos de los intestinos del universo contra vuestras insignificantes posesiones materiales.
Observad cómo arden vuestros hogares. Escuchad con angustia la apergaminada sinfonía de las llamas engullendo inexorables vuestras ridículas propiedades y pertenencias. Llorad mientras el perfume de los cuerpos carbonizados de vuestros seres queridos invade vuestras fosas nasales hasta haceros vomitar los jugos gástricos más ulteriores de vuestros repulsivos estómagos.
Retorceos de dolor mientras un punzante escozor recorre vuestro globos oculares hasta hacer que los arranquéis de las cuencas con vuestras propias uñas y los ofrendéis en vasos canopes a Nuestra Deidad, que ya acude a impartir jurisprudencia en la Tierra con incorruptible determinación.
Atended al graznido solemne de los cuervos sobrevolando el cielo teñido de rojo, en medio de la devastación de la urbe cosmopolita a la que en tiempos remotos acudíais a saciar vuestras indigencias personales, y que ahora veis convertida en un desfigurado amasijo de hormigón, asfalto y cristales.
Levantaos, monstruos de la Tierra. Descomunales criaturas oriundas de los abisales fondos marinos. Aberrantes creaciones procedentes de las cavernas más insondables del subsuelo. Espantosos ejércitos de seres infames. Leviatanes y basiliscos. Mantícoras y minotauros. Hidras y nereidas.
La hecatombe de la civilización comparece ante la perplejidad del hombre. Vuestras creencias y culturas destruidas por el coletazo de un Ouroboros. Vuestros códigos sociales y tradiciones reducidos a escombro y ceniza. Estremeceos con el desplome de vuestros dogmas al resquebrajarse las bisagras de la ciencia, que sostenía vuestras ridículas convicciones antropocéntricas.
Y de los cielos se abre paso Nuestra Deidad, a lomos de un impetuoso Pegasus de negras crines, que cabalga implacable sobre las cráneos de aquellos imbéciles que alguna vez tuvieron la osadía de atesorar sueños e ilusiones.
Despreciables humanos. Oh, Divinísima Majestad, extermínalos. Mutila sus cuerpos con la hoja de tu espada justiciera hasta convertirlos en una argamasa de órganos, huesos y carne. Arroja los despojos al caldero de Hades hasta que hiervan y se derramen, vertiéndose por las cárcavas de la Tierra en un licor exquisito de coágulos, sangre y cartílagos.
Oh, Divinísima Majestad. Tú que acudes a suprimir la insolente existencia de estos engendros corrompidos por la codicia y la envidia. Qué irónico y burlesco será cuando apagues sus lastimosas vidas con el resplandor imparable de los rayos de una hipernova.
Humanos. Impostores. Miserables seres mezquinos y soberbios. Cargad ahora con vuestro aciago destino de caos y destrucción. Padeced vuestro inapelable Castigo y sucumbid ante el merecido aniquilamiento de vuestra raza. Malditos humanos. Morid.
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Sí, tuve un mal día, ¿pasa algo?
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