10 jul 2016

Los feos son peores personas

Una de las frases más redundantes de nuestra sociedad es aquella de “la belleza está en el interior”. Con esta expresión se busca manifestar de forma bienintencionada que el verdadero atractivo de una persona reside en su forma de ser y en otras características que se separan de las virtudes puramente externas, alejadas de la superficialidad de un simple rostro bonito o una fisonomía producto de una carambola genética favorable. Todos hemos escuchado alguna vez esta frase, nos la han inculcado y nos la han tratado de transmitir en numerosas películas y fábulas con intención pedagógica hasta casi formar parte de un código moral no escrito, pero...¿qué pasa si os digo que, en la práctica, esta afirmación indulgente padece demasiadas imprecisiones, esconde una pretensión populachera que en poco se corresponde a la realidad y, que está contaminada por esas pinceladas de hipocresía que siempre salpican a los refinamientos sociales?

Esta sociedad presupone que una persona físicamente desdichada tiene un interior del que merece la pena “enamorarse”, porque lo exterior es simplemente un envoltorio, un embalaje con fecha de caducidad que algún día deberá dejar paso a virtudes mucho más abstractas. Este razonamiento es incuestionable, pero debemos detenernos un instante para matizar algunos puntos que siguen dejando en entredicho la infalibilidad de la frase con la que he abierto este ensayo.

El feo como tal, suele ser, en esencia, un individuo amargado, encarcelado en un cuerpo que no ha escogido y con el que debe convivir hasta su funeral, donde probablemente incluso tengan que velarle con el féretro cerrado debido a un rostro desagradable que nunca tuvo la culpa de padecer. El feo es un ser que, en líneas generales, no puede ser feliz porque forma parte de una sociedad que funciona bajo la tiranía de la imagen, permanentemente machacado por anuncios de supermodelos y sometido a cánones estéticos que nunca podrá cumplir puesto que las eventualidades genéticas le han otorgado una cara horrenda. Esta aciaga circunstancia se yuxtapone a otro pormenor ancestral que diversos estudios científicos ya han demostrado: el ser humano es, por razones evolutivas, una criatura envidiosa, un ser mezquino y usurero que necesita poseer y emular lo que tiene a su alrededor y que, cuando es incapaz de admitir sus limitaciones, cae en un agujero patológico aún más complejo donde desarrolla otros sentimientos de naturaleza cicatera.

Así pues, el feo, posee una vileza que se ha ido alimentando socialmente a base de rechazos, comparaciones y mofas en una sociedad de espejos donde está obligado a destacar por otras aptitudes más allá de las faciales. Ser feo es, la mayoría de las veces, incluso más irremediable que ser pobre. Por si esta carga no fuera lo suficientemente pesada, el feo debe asumir también los pecados intrínsecamente humanos de todo hijo de vecino: la envidia, el rencor, la hipocresía, etc, lo que converge en la caracterización de un ser, además de físicamente execrable, completamente ulcerado por dentro y con una animadversión desproporcionada hacia un mundo arbitrario que le negó una cara bonita para poder hacer más llevadera su convivencia en una sociedad superficializada.

Tengo experiencias con gente fea. Casi todas ellas malas. Puedo decir, sin temor a equivocarme, que las peores personas con las que me he topado hasta ahora en mi vida eran más feas que cagar pus. Una vez tuve que trabajar con una mujer que tenía un estrabismo desmesurado. Gracias a este problema ocular, poseía una portentosa habilidad para la astronomía, ya que esta pérdida del paralelismo visual le permitía contemplar a la misma vez el movimiento diurno del Sol saliendo por el este y el de la Luna poniéndose por el lado contrario. Desconozco si esta insólita destreza era una de las principales razones de su soberbia, pero les juro que sus atroces imperfecciones físicas sí que eran paralelas a su grado de mezquindad, no sólo por la evidente distribución anómala de sus ojos, sino también por tener un rostro totalmente antediluviano para una persona de cuarenta y tantos años, hasta el punto de preguntarme si fue paisana de Imhotep en el Antiguo Egipto asistiéndole en sus observaciones astronómicas, o quizá una vecina de Plutarco en la Grecia clásica.

Más ejemplos: hace poco una antigua compañera de trabajo, físicamente agraciada, me comentaba su preocupación porque había llegado a la empresa una nueva gerente, más fea que el parto de una zarigüeya, y que se estaba dedicando a realizar una purga de chicas con fisonomía favorecida, entregándoles la carta de despido para posteriormente sustituirlas en el puesto por empleadas obesas, petudas y con otras calamidades físicas. Al parecer, la razón de estos ceses encadenados no correspondía ni a causas económicas ni a motivos de bajo rendimiento laboral, por lo que no me cupo ninguna duda de que detrás de ellos había un fundamento malicioso relacionado con el complejo psicótico que poseen muchas personas estéticamente repugnantes, a menudo disfrazados de una alta autoestima extrínsecamente fingida y ejerciendo un énfasis forzado de su “belleza interior”. Porque no nos engañemos, una de las principales herramientas que tiene el feo para sobrevivir es la de simular un papel casi arrogante, autoritario y déspota con el prójimo, que oculte el disgusto cotidiano de tener que despertar todos los días con una cara de mierda y luchar constantemente por vender a los demás una serie de aptitudes etéreas que en realidad nadie quiere comprar porque, efectivamente, detrás de ese embalaje con fecha de caducidad ya hay un trozo de queso mohoso, una ciruela podrida con larvas de futuros gusanos blancos y alargados.

La belleza está en el interior”. Puede ser, pero no siempre en el interior del feo, de hecho, en muy pocos casos en el interior del feo (¿acaso era una persona estupenda ese profesor amargado que tuviste en el colegio y al que todos por rabia bautizaron con un mote alegórico a su defecto físico principal?). Por eso me niego a tomar como axioma semejante cursilería de eslogan. Quizá si de verdad las personas se amasen ellas mismas tal y como son, esa actitud se plasmaría desde dentro hacia lo epidérmico, siendo crítico con las propias carencias para subsanarlas o potenciar las virtudes, y no refugiándose en las frases hechas, en la moral del Walt Disney más demodé y la intención de convencer a los demás de que hay una excusa dramática y delicada para cualquiera de nuestros defectos. Usted es muy feo, caballero. No es su culpa, pero tampoco la nuestra. 

 


2 comentarios:

  1. Y que decir del tipo que escribio esto, no da la cara ni en su perfil.

    Fin.

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  2. Los blogs personales, como indica la propia palabra, suelen ser espacios con una intimidad intrínseca que sirven para verter pensamientos inequívocamente particulares. Está dedicado sobre todo a personas que me conocen personalmente, los escasos 7 u 8 seguidores que poseo, y no a personajes enigmáticos que vienen reclamando identificaciones desde otra firma anónima.

    Si tu insinuación es que el autor de esta entrada la escribió desde algún tipo de complejo físico o frustración personal, descuida, tengo fotos en otras redes sociales donde escribo cosas socialmente peores.

    Fin

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